Nunca había cruzado una mirada con la luna



Los últimos rayos del Sol desaparecían con éste bajando por aquel lejano horizonte. Parecía ajeno, pero era gracias a la luz que desprendía que poseía vida. Apenas se había ido la oscuridad se hacía inminente. Otra vez esa sensación, seguramente una de las más desagradables, el frío. Aquel bello lugar ahora era un paraje desolador. Cuando el Sol emanaba calor se sentía protegido, seguro y por tanto aliviado, pero ya no quedaba nada de esa acogedora sensación, el paisaje ahora pintaba tétrico. Puede que aquella gran estrella que le acompañaba durante el día fuera su única amiga. Miraba al cielo, pero por más que lo intentaba no sentía nada parecido por ningún otro astro. Estaba enamorado de su color fuego, tan pasional. La Luna en cambio se mostraba lánguida e indiferente, parecía estar mirándole por encima del hombro, siempre tan orgullosa, observando desde lo más alto, ni una sola vez la había visto irse por el horizonte cual bello Sol. Nunca había cruzado una mirada con la luna. Y ahí estaba él, solo, como un bebé indefenso que avanzaba por un espeso bosque  tenebroso, lleno de peligros y oscuras criaturas. Contaba las horas para que volviera a hacerse de día. La noche se le hacía tan larga...Era una espera infinita. Habían pasado más horas de las previstas, pero no salía el Sol, estaba ansioso por el tan esperado reencuentro.  Miraba a la Luna, enojado, preguntándose por qué ésta no se marchaba. Ella derramó una lágrima. El chico estaba desconcertado, ¿a qué venía todo aquello? Ya no aguantaba más, así que le gritó a la Luna que se fuera, que dejara paso al Sol. Su turno había expirado. Ella, continuando con su llanto, le preguntó que por qué la odiaba, ¿qué tiene el Sol que no tenga yo? El chico se quedó atónito, ¿cómo es posible que os afecte mi opinión? Ella le confesó que siempre había estado enamorada de él, que subía cada noche hasta lo más alto para poder buscarle entre la gente. Se vestía con su traje de plata y polvo de estrellas para que se fijara en ella. Sus esfuerzos siempre parecían inútiles. El Sol le había cegado. La Luna a falta de respuestas se desvaneció, dando paso al tan brillante Sol, más anaranjado que nunca, lo más probable es que estuviera ruborizado, pues en el cielo retumbaban las palabras con tanta fuerza que era imposible no oírlas. El día transcurrió lento y caluroso, agobiante como nunca. Esta vez fue la primera que el chico deseaba la llegada de la Luna, quería conocerla, se había quedado anonadado. Pero nunca salió. Se había suicidado. Ahora sería de día por siempre.





4 comentarios:

  1. Más allá de la metáfora, de la historia-fábula se alberga un sentimiento, un miedo, un anhelo, un rechazo, un amor, un desamor y sobretodo una libertad. La libertad de la palabra que nace en uno mismo para llegar a los demás y más bien para volvernos independientes.

    Me ha gustado mucho. Me ha recordado a mí hace ya unos cuantos años (me siento grande, jajaja). Pero es una bonita entrada. Keep on writing.
    Te sigo también.


    Besos de colores.

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  2. Me gusta cómo escribes, siempre te lo he dicho, desde que eras pequeña, sólo te falta que creas en tí, y encuentres tu motivación en la vida, que es lo único que te hará feliz.

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  3. Son geniales las fotos y el texto, enserio. Muchas gracias por pasarte y seguirme, lo agradezco ^^
    Y claro está, te sigo :)Muá!

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  4. me encantaria que me la narraras ahora mismo
    tu admirador secreto:)

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